Hannah

Hannah
"...Escogí número en un juego arriesgado. El dado da vueltas. He perdido."

Obra: poemas y diario

Hannah nos ha dejado una obra literaria muy meritoria, y que vale la pena leer. Esta entrada incluye sus poesías y sus escritos, desde que Hannah se hizo sionista hasta sus últimos días en la cárcel.


“Me he hecho sionista. Esta palabra implica muchísimas cosas. Para 
mí significa, en resumen, que ahora siento, consciente y fuertemente, que soy judía, y estoy orgullosa de ello. Mi primer objetivo es ir a Palestina, trabajar por ella. Está claro que esto no se ha dado de un día para otro; ha sido un proceso gradual.” 

“Estoy en Nahalal, en Palestina. Estoy en casa... Aquí es donde la 
ambición de mi vida -incluso podría decir mi vocación- me tiene ligada; porque me gustaría sentir que al estar aquí estoy cumpliendo una misión, no sólo vegetando. Aquí casi cualquier vida es el cumplimiento de una misión.” 

En fuegos de guerra, en un incendio, en la pira, 
 entre los tempestuosos días de sangre,  enciendo mi pequeña lámpara,  para buscar, buscar a un hombre.  Las llamas de la pira sofocan mi lámpara,  la luz del fuego ciega mis ojos;  ¿cómo podré mirar, ver, conocer, reconocer  a alguien cuando esté a mi lado?   Pon una señal, Dios, ponla en su frente,  para que en el fuego, en el incendio y en la sangre  reconozca el centelleo puro, eterno,  que he buscado: un hombre.

A mi madre

 ¿Dónde aprendiste a borrar las lágrimas?
 ¿A soportar el dolor en secreto?
 Ocultar en tu corazón la queja,
 el sufrimiento, el llanto, el tormento...
 ¡Escucha el viento!
 Desgañitado
 brama en la garganta, en las montañas.
 Mira el mar...
 con ira destructora azota los dones de las rocas.  

¿De dónde viene este silencio en tu corazón?  ¿Dónde conociste la fortaleza? A un buen amigo   Fui herida, sí. Sin sentirlo  también yo resulté herida en la batalla.  La flecha estaba afilada por los dos extremos.  Tras ella quedará una cicatriz. 

A los hermanos 
  Si nosotros faltamos  aceptad el yugo,  grande, pesado,  sobre vosotros.  Construid sobre la arena,  bajo el azul  cielo,... todo  de nuevo.   Y sabed que el precio del camino  de la justicia y el valor  no es bajo.  Morir...  Morir... joven... morir... No, no quería.  

Amaba el cálido sol, 
 la luz, la poesía, el destello de unos ojos,  y no quería destrucción, guerra.  No. No quería.   Pero si hoy se me obligara a vivir  en un baño de sangre, en la terrible destrucción,  diría: -Bendito sea el Señor por el derecho  a vivir; que venga la hora de la muerte  sobre tu tierra, mi país, mi patria. 

Poesía a Galilea 
  Tus montañas, Galilea, son como todas.  Amarillo, verde, rocas y prados.  Entre tus laderas, la sombra fugaz.  Pero las montañas... Todavía no es Galilea.   Y también tus terrazas son como todas.  En el seno de su tierra están ocultos los secretos  del pan blanco, de los frutos pródigos.  Pero los campos... Todavía no es Galilea.   También tus hijos son como todas las personas.  Días de esfuerzo, largos, duros.  Cavaron zanjas profundas. 
 Pero Galilea... No son los hijos.   Sobre las montañas y en el corazón de los hijos  el hechizo de un recuerdo de miles de años.  El que llora en los sonidos de la flauta.  Es Galilea. 

Un momento... 
  Entre los miles de años transcurridos  y los que vendrán después de mí  besé, Kinneret, la gloria de tu rostro  en el ardor de los besos de mi juventud.   Me consumí del todo. Tú quedas como antes,  tu rostro es apacible y frío.  Tu cuerpo elástico y suave encuentra reposo  en el brazo cerrado de las montañas.   Seguiré mi camino. Si vuelvo a ti...  No sé cuándo...  El recuerdo del beso de gloria  quemará en mis labios.


A Cesárea 

 ¡Silencio!: cesarán los sonidos, 
 más allá del mar de arenas. 
 En la costa cercana, 
 en la querida costa de oro, 
 la casa de la patria se insinúa. 

 Con paso obstinado y alegre 
 caminaremos entre un pueblo extranjero 
 sin el sonido de una melodía, 
                     
 hacia el pasado, el futuro...
 Cesárea.


 Sólo cuando lleguemos a la ciudad de las espadas,
 susurraremos en voz queda unas palabras:
 aquí estamos, hemos vuelto.
 Y en voz queda responderá el silencio de las piedras:
 Dos mil años os hemos esperado. 

 Una noche oscura, en campos negros,  se encendieron velas, se extendieron las luces  de la fiesta de la labranza.   Una noche negra, en campos blancos,  se encendieron hogueras, se extendieron las llamas...  de la destrucción del mundo.  En el campo negro  el tractor tocó  la melodía del futuro agitado...   En el campo blanco gimió el hombre  moribundo. 


A las madres en la Diáspora


 Uno y dos días, una semana, dos,
 un año, muchos... esperando.
 Una carta, un verso. Una señal.


 Noches sin fin
 apilando, coleccionando
 imágenes de terror.


 Escondiendo en los días
 terribles de sangre
 una lágrima...


 ¿Qué podremos responder?
 Sólo una mirada, sólo la palabra:
 ¡madre!


Hora de una hija de la Diáspora


 La hora trepidante, retumba, sacude,
 estalla, agita a mi alrededor.
 En el hechizo del ritmo
 de alegría y tristeza
 atrae mi cuerpo y mi corazón.


 El pie camina, el hombro tiembla,
 el canto se extiende, la canción arde,
 baile y poesía,
 oración sin palabra
 al Dios del futuro, al Dios de la creación.  

Y de repente...  una imagen revolotea frente a mí.  Mis brazos se sueltan de los de mis compañeros.  Mi corazón se desentiende de la música trepidante.  De cerca y de lejos ella14 conquista todo mi ser.   Ojos azules, mirada inquisidora,  silencio triste y boca obstinada...  En mí crece el silencio. Me he quedado sola  entre la multitud. Ella... y yo. 


 En el camino... 
  Una voz ha llamado y he ido,  he ido porque ha llamado la voz.  He ido para no caer.   Pero en la encrucijada  me he tapado los oídos en la blancura fría  y he llorado  porque he perdido algo.


Si vinieras...


 Si de repente por la calle vinieras hacia mí...
 manos en los bolsillos, una sonrisa en los ojos
 y el sonido de tus pasos con el ritmo conocido;
 me quedaría sorprendida, desconcertada
 ante la maravillosa y dulce visión.


 Hasta que tu imagen se precipite en lo profundo,
 hunde todos los muros, tus dudas, sobre mí;
 levanta los brazos, agítalos para que te abrace
 con una risa y una lágrima: ¡mi hermano!


Soledad


 Si encontrara a un hombre que lo entendiera todo...
 sin palabras, sin indagaciones,
 sin confesiones ni mentiras,
 sin preguntar.


 Extendería ante él, como un mantel blanco,
 el corazón y el alma,
 el oro y el barro,
 y él lo entendería con gran comprensión.


 Y cuando hubiera rastrillado el corazón,
 cuando todo lo hubiera vaciado y entregado,
 no sentiría aflicción ni dolor:
 sabría que me había enriquecido.


No estás sola


 No estás sola. Aquí está tu mar
 que te preguntará con su tierno murmullo
 por los sueños de tu camino, por tus deseos. 
                     
 Esperaron tu llegada. Todos esperaron:
 la costa, la arena, las rocas, las olas y el mar.
 Lo sabían con seguridad: una noche oscura llegarías.


 A lo alto, miles de ojos celestiales
 entienden a sus dos compañeros
 que robaron del mar infinito... una lágrima.

Semilla   Ha caído una semilla, queda sembrada, una baya amarilla,  no entre las rocas, ni en una terraza en la calle.  Cógela: una capa de tierra negra  para protegerla del calor y de la escarcha.  Una semilla es una vida encerrada en una cáscara.  Desde el secreto infinito, una baya, una gota.  Bajo tierra se comprime, espera una insinuación,  la señal de la primavera, el rayo de luz, el sol,  el día. 

 Cogimos flores 
  Cogimos flores en los campos, en las montañas,  respiramos aires nuevos de primavera.  Nos bañamos en el ardor de los rayos de sol  en la patria, en la casa amada.   Marchamos hacia los hermanos en tierra extraña,  bajo el peso del invierno, la oscuridad y la escarcha.  Nuestro corazón traerá la nueva de la primavera,  nuestro idioma alzará el cántico a la luz.

Feliz... 
 Feliz la cerilla que prende y enciende llamas,  feliz la llama que quema en medio del corazón.  Feliz el corazón que ha sabido detenerse con honor...  Feliz la cerilla que prende y enciende llamas. Marcha a Cesárea.   Dios mío, que no termine nunca  la arena y el mar,  el murmullo del agua,  el rayo del cielo,  la oración del hombre. 

En la cárcel 
  Uno... dos... tres... ocho pasos de largo,  dos de ancho...  La vida se cierne sobre mí como un interrogante.   Uno... dos... tres... Quizá otra semana.  O el fin de mes aún me encuentre aquí.  Pero sobre mi cabeza... la nada.   Ahora, en julio, cumpliría veintitrés años...  Escogí número en un juego arriesgado.  El dado da vueltas. He perdido.